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La nueva obra de Wes Anderson evidencia su progresiva dejadez como guionista, al tiempo que demuestra que su talento como director sigue intacto. No es agotamiento de una fórmula, se trata más bien de la dedicación a cada una de las tareas.


'Asteroid City': Wes y sus amigos


He aquí otro autor acusado de "hacer siempre lo mismo". Algo que no es del todo cierto. Sí lo es el que suele variar poco el esqueleto de sus películas: repartos portentosos, historias más o menos rocambolescas, tonos pastel por doquier, etc. En esta 'Asteroid City' traslada todo esto a una ciudad ficticia en medio del desierto e introduce extraterrestres en el cóctel. Y ahí radica el principal problema de la película: se añaden tramas según se añaden actores a la pandilla, pero no se trabaja dicha trama. Aunque lo parezca. En esta ocasión, pareciera que se han ido hilvanando ocurrencias y diálogos ingeniosos, y se han asignado a algún miembro del reparto. 


'Asteroid City' arrolla con rostros y buenos momentos, pero tiene un mecanismo demasiado sencillo para soportar todo el mundo audiovisual de Anderson, por lo que acaba cediendo a una ida a nuevas subtramas y vuelta a la principal que finamente no cuajan en una buena historia. Al reparto no hay ningún pero que ponerle. Todos encuentran el punto de sus personajes y nadie llama la atención por estar desentonado. Otra prueba quizás de que la pretendida sencillez del cuento va de la mano de su superficialidad. 


La banda sonora vuelve a ser un trabajo de Alexandre Desplat. Como en todos sus trabajos con Anderson, combina momentos ligeros, con momentos algo más líricos. Siendo una buena banda sonora, que casi siempre está presente, acaba ahogada por los diálogos incesantes de los personajes. En la línea de 'La crónica francesa': correcta pero no memorable. Como lo es esta 'Asteroid City', en la que por cierto no reconocemos Chinchón en ningún momento.



'Firebrand': Jude Law es el rey 


Tras 'La vida invisible de Eurídice Gusmão' (ganadora de Un Certain Regard en 2019), la nueva propuesta de Karim Aïnouz retrocede en el tiempo y nos lleva a la última etapa del reinado de Enrique VIII (Jude Law). Etapa compartida con su séptima y última esposa, Catalina Parr (Alicia Vikander). La única que no conoció el destierro, el encierro en un convento o la guillotina. Aïnouz juega con la idea de cómo Parr burló el destino de las anteriores consortes, alrededor de las tensiones de una corte que ven el declive manifiesto del monarca y la escalada de la tensión religiosa como los principales peligros para su posición de poder. Tras ellos siempre está Catalina: regente cuando el rey está fuera del país, bien relacionada con miembros de la disidencia religiosa. Pero también amante madrastra de los hijos del rey, entre los que encontramos a una jovencísima Elizabeth.


Y aunque Catalina/Vikander esté en toda trama o subtrama, lo cierto es que el que roba cada escena en la que aparece es Jude Law, que utiliza la transformación física que exige un personaje en franca decadencia para dar rienda suelta a sus dotes actorales. Sin histrionismos pero con la locura adecuada, Law es el más beneficiado de esta irregular cinta. Vikander, correcta, no logra transmitir lo regio de su personaje, aunque sí está más acertada en su desespero tramo final. 


El filme trata de cerrar todas las tramas, pero no evita caer en cierto caos argumental. A su favor una dirección artística cuidada, una fotografía que juega bien con las sombras palaciegas y la voz rasgada de Law. 

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