Sean Baker y Paolo Sorrentino han vuelto a Cannes con sus nuevas propuestas. En esta ocasión, Baker es el que logra redefinir su querencia por ciertos temas en una película fresca y tierna. Sorrentino sigue deambulando por Nápoles, pero esta vez con un resultado mucho menos certero que en propuestas anteriores.
'Anora': los desheredados de Sean Baker
Sean Baker construye sus películas sobre dos ejes. Uno, sobre el que giran sus personajes, parias de la tierra prometida. Otro, el caos. Dos conceptos que convergen en películas en las que los personajes se ven envueltos, o arrastrados, por situaciones que en tantas ocasiones escapan de su control. Las trabajadoras sexuales siempre están presente en sus historias. 'Anora' es una nueva adición a esa galería de personajes. Probablemente la más brillante de su carrera.
Interpretada por Mikey Madison, que combina una dulzura (más maternal que infantil) con una actitud desafiante. Anora, o Ani, como le gusta que le llamen, vive en Brooklyn y trabaja en un club de baile en Manhattan. Representa una sexualidad transaccional, que Baker no embellece pero tampoco lleva a lo escabroso. Tras las escenas iniciales, en las que el director presenta a los personajes con mimo, aparece la figura de Ivan Zakharov, joven ruso con ganas de fiesta y que actúa como precursor del caos. Hay fiesta y alcohol compartidos. Hay amor, supuestamente. Hay encaprichamiento, probablemente.
La pareja sella su relación en Las Vegas, iniciándose ahí la parte central de la película: las noticias llegan a los padres de Ivan, quienes envían a su arreglador armenio, Toros (interpretado por Karren Karagulian), para "controlar" a su hijo y solucionar una situación que es del todo inaceptable para ellos. A Toros le acompañan dos secuaces, Garnick (Vache Tovmasyan) e Igor (Yura Borisov), que junto a Ani nos proporcionan unas escenas divertidísimas y muy bien escritas.
En un mundo de oligarcas, arregladores, secuaces y bailarinas exóticas, el personaje de Igor se destapa como un el verdadero motor emotivo. Son sus interacciones con Ani las que llevan la película a momentos verdaderamente conmovedores. El actor, a quien vimos en 'Compartimento No. 6', es el personaje más centrado, quizás porque es el que parece jugarse menos en todo el embrollo que han generado Ani y el joven heredero ruso.
Tras 'Red Rocket', Baker ha vuelto a confiar en Drew Daniel como director de fotografía, esta vez trabajando en 35 mm. Baker y Daniel aportan una luminosidad propia a cada escenario principal (el club, la mansión, el coche). El montaje por su parte vuelve a dejar de manifiesto que las escenas, tal y como las plantea Baker, tienen la función de hacer avanzar la historia pero siempre permitiendo que se tomen su tiempo, que disfrutemos de los personajes y de lo que los pequeños detalle nos dicen en cada momento.
'Anora' es una evolución en el estilo de Baker como realizador y confirma su aproximación humanista a personajes que no heredarán más que problemas.
'Parthenope': la búsqueda de la belleza de un Sorrentino ensimismado
Sorrentino ha regresa con otra deslumbrante exhibición de belleza filmada, de juventud deconstruida y de decadencia. Volvemos a los espacios suntuosos, a los personajes que teniéndolo aparentemente todo parecen desconocer la felicidad. Esta Parthenope aspira a ser la suma de la juventud y de la gran belleza, temas recurrentes de la obra de Sorrentino. Pero algo se pierde en el planteamiento estético de la película, tan lánguido y reiterativo.
La elegida para protagonizar la cinta ha sido la debutante Celeste Dalla Porta, cuya belleza es una fantasía hecha carne. Pero Parthenope es deseada pero no querida. La maldición de la belleza, parece querer indicar Sorrentino. Entre la lista de pretendientes y pretendidos, destacan dos personajes que nunca van más allá de lo platónico o lo amistoso. En primer lugar, el autor estadounidense John Cheever, un personaje alcoholizado y deprimido, a quien da vida Gary Oldman. El atractivo para Parthenope reside en que es el primer hombre que no quiere acostarse con ella desde el primer momento que se conocen. Para el escritor, que la observa desde el armario, la joven es una belleza a admirar desde lejos. El otro personaje, es el profesor taciturno a quien da vida Silvio Orlando (sin duda, la mejor interpretación de la película). En este caso, no es la belleza de Parthenope lo que conmueve al profesor, sino sus ganas de aprender.
Menos onírica (e irónica) que otras propuestas de Sorrentino, tanto el desarrollo audiovisual, atractivo en su componentes pero algo arrastrado en su desarrollo, como la historia pecan de un ensimismamiento que hace que el inevitable corolario ("solo alejándonos de la belleza encontramos la felicidad"), resulte imprevisible y hasta insustancial. El verdadero final resulta anticlimático y caprichoso. En conjunto, todo muy Sorrentino, pero esta vez algo cansado de la belleza de su propio cine.
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