La nueva propuesta del ganador de la Concha de Oro, Rúnar Rúnarsson, ha podido verse dentro de Un Certain Regard. Una cinta sensible, nada sensiblera.
En el prólogo de la nueva cinta del realizador islandés Rúnar Rúnarsson, ganador de Concha de Oro en la edición de 2015 del Festival de San Sebastián por 'Gorriones', los jóvenes Una y Diddi contemplan el anochecer de Reikiavik mientras hacen planes para el futuro. Han tomado decisiones que van a cambiar sus vidas y las de los que les rodean. Él va a dejar a Klara, su novia, para formalizar su relación con Una. Van a viajar, se van a querer y hay un tímido amago de hablar sobre tener hijos.
Al finalizar los títulos de créditos iniciales, esos planes ya se han visto severamente truncados. La muerte de Diddi deja a Una sola, abrumada y rodeada de los amigos de Diddi. Y de Karla. Ellos tuvieron el pasado de Diddi, ella iba a tener el futuro. Pero no es así: habita entonces una tierra de nadie. Una desesperación que ha de vivir en silencio, mientras otra persona recibe el apoyo y el ánimo que podrían aliviarla. La película se construye pues sobre la idea del silencio, de lo no dicho. De las consecuencias de haber vivido un secreto. Pero también del que hay que mantener a raíz de dicho secreto. Del que guarda Una (Elín Hall) y el que interpreta Karla (Katla Njálsdóttir). Sobre las dos muchachas recae el arco dramático de la película y sus interpretan a dos caras de una misma moneda: dos personas radicalmente opuestas que están obligadas a compartir un dolor en público, mientras digieren el íntimo.
Rúnarsson vuelve a retratar a la juventud islandesa y lo hace jugando con el contraste: la luz del Sol está presente siempre, luz del exterior para iluminar a los deshechos amigos y parejas del fallecido. Otro elemento del planteamiento audiovisual del realizador es su economía en el movimiento de cámara. No nos apabulla con movimientos nerviosos y primerísimos planos de los personajes. Una es la que recibe más atención de la cámara, la que tiene primeros planos en los que transmite su duelo al espectador. Esa economía da a la película el tono intimista que la melancólica luz del paisaje islandés realza. Un plano superpuesto de las dos protagonistas nos remite a Bergman, es utilizado por Rúnarsson para mostrarnos el punto de inflexión que comentábamos antes entre la vida que fue y la que iba a ser. Alejado de florituras, Rúnarsson mide bien los tiempos y los ingredientes dramáticos.
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